Nunca fuimos a Cuetzalan


Nunca fuimos a Cuetzalan

                                               en vez de eso

decidimos bordear el río de humo del volcán

convocar a todos los pájaros del mundo

y aplaudirle a las piedras ancestrales.



No fuimos a Cuetzalan

a pesar de las insistencias

a pesar de sus cordiales recomendaciones

muchas gracias, muchas gracias, qué amables, muchas gracias


preferimos ir a misa y no comulgar     
   
                                                               porque el éxtasis místico se esconde
entre las manitas de las ardillas

que mastican nerviosas

las sobras que los turistas

les avientan por compasión.



No fuimos a Cuetzalan

y persiste la duda

si en alguna otra dimensión

sí fuimos a Cuetzalan

y efectivamente

su bosque nos descubrió y perdonó

porque en esta realidad no acudimos a su llamado natural.


Otras dudas que me quedan

nada tienen que ver con ir o no ir a Cuetzalan

Son preguntas que provienen de la sombre del cansancio después de haber caminado tanto:

¿Cuánto de mí hay en esas lajas centenarias?
¿Cuánto de mí queda en el dorado de las iglesias?
¿Cuánta sangre se derramó en estas tierras? ¿A ello se debe su fertilidad?
¿Cuánta fe cabe en una persona?  
¿Cuánto de ti hay en un lugar que nunca antes has visitado?
¿Qué imaginas y esperas de una geografía extraña?
¿Cuánto tiempo más va a aguantar el Popo? ¿Todo lo que vi quedará enterrado en un mar de lava y ceniza?


En fin, todo esto por no ir a Cuetzalan

pero para que la tierra no se enoje

le escribí estas palabras:
Tímida yerbita
                                                               
Polvito de las calles sin pavimentar.      



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